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A veces no me doy cuenta de que nada tiene sentido. A veces pienso en comer o pienso en pensar, a veces creo que es importante bailar, salir, conocer. Algunas veces me parece importante escribir, escuchar música o reflexionar, y se me olvida que nada tiene sentido. A veces, sólo a veces, me es importante enamorarme, tener amigos, conocer a mi familia y dejar que me conozcan a mí. A veces se me olvida que no tiene sentido oír una canción o leer un libro mientras la oigo o lo leo; a veces no me doy cuenta de que no tiene sentido la vida cuando me baño con agua caliente, cuando me cepillo los dientes, cuando me voy a dormir y cuando despierto en las mañanas. A veces pienso en el fútbol, en ella y en ellos, y se me olvida que no va a pasar de ser nada, que no va a durar más de lo que dure el tiempo.

A veces, en esos momentos, todo vale la pena y todo tiene sentido, todo es eterno.

miércoles, 24 de agosto de 2011

El dilema ético de la Humanidad: El tiempo vs. las leyes del mercado


En muchas ocasiones me he planteado de forma inocente e ingenua, como tantas personas más, algunas preguntas tan elementales como ¿por qué siempre escuchamos que aumenta, en vez de disminuir, el hambre y la pobreza del mundo?; ¿por qué cada vez hay -en términos absolutos- menos ricos con mayor concentración de capitales y más pobres con menor poder adquisitivo y no parece importar demasiado al colectivo?; ¿es que no somos suficientes o no hacemos demasiada fuerza en el irregular occidente defensor del Estado Del Bienestar?; ¿por qué no se atienden necesidades de esta índole, aburridas y casi siempre discretas entre las páginas de periódicos, en marchas y en tertulias así como tantos otros lugares de encuentro social?; ¿es que no existen realmente las demandas de soluciones por mayorías abrumadoras? ¿O será que la enigmática “teoría de la conspiración” es auténtica y los intereses de pocos pueden con las necesidades estructurales de muchos más? Seguramente sea una mezcla de todo, en algunos lugares y tiempos más de uno u otro. Lo realmente interesante y la razón por la que escribo estas líneas es nuestra situación de presente y su confección de estos factores. Hay cambios lo suficientemente drásticos para cambiar nuestra manera de entender el orden social y el control del mismo, y para explicarlos, entendamos el contexto de opinión en el que desenvuelvo mis argumentos.

No soy creyente de que, a largo plazo, y entiéndanse períodos de 10, 20 o 100 años, los cambios profundos sucedan por las decisiones meditadas de las personas –decisiones conscientes- sino que más bien ocurren por una estructura mucho más matemática y profunda de las variables que los preceden y confeccionan –a estos grandes cambios- en una armoniosa búsqueda del equilibrio, optimista o no, tal y como hace la naturaleza para mantener la biodiversidad. Nuestro sistema se regula en vida propia como un ser vivo, como nuestro medio, como el mercado o como todo lo que se entienda capaz de “madurar”, conceptual o físicamente. Muchos son los cambios –en perspectiva de estos largos períodos- que han ido construyendo nuestra definición actual de madurez o avance colectivo, y entre ellos es fácil destacar algunos de los menos polémicos: Derechos humanos, libertad de elección de liderazgo colectivo, percepción de igualdad básica de derechos y la meta por conseguirla, conceptualización de la no exclusividad de la violencia como herramienta de guerra (sustituida por otras herramientas de guerra tales como mercados, finanzas o ideas), y un largo etcétera. Pese a este próspero y utópico direccionamiento como “punto de equilibro” colectivo en el occidente en el que vivo, hay infinitas referencias en el corto plazo –entiéndase períodos de 1 a 10 años aprox.- que invitan a un pesimismo catastrofista y parecen dejarnos hoy día, paralelamente al “avance”, en el borde de un abismo que esperamos superar por nuestra pura intuición de supervivencia tal y como nos ha funcionado en nuestra evolución como seres humanos. Sabemos que superaremos cualquier crisis y de cualquier índole, no sabemos cómo, pero lo sabemos: Extinción de especies, agotamiento de recursos, capa de ozono y deshielo, era nuclear y genética, capacidad de habitabilidad máxima del planeta y otro largo etcétera moldeado por derechos e intereses y, especialmente, la acusada como benefactora y verduga de todo: la maldad propiamente dicha, que en mi humilde opinión es casi insignificante ya que, simplemente, todos creemos hacer lo correcto con una diferente opinión sobre lo que “correcto” significa.

La búsqueda del equilibrio supone un camino despiadado en su forma más poética o una regularización en la eficiencia de los recursos de forma más científica. El resultado es el mismo: Mientras más se aleje del punto de estabilidad más críticos serán los movimientos del organismo estudiado para volver al punto de optimización. Todo depende de los absolutos, ya que mientras mayor margen de error se permita -a lo que yo llamo “zona amarilla”-, menor urgencia habrá por cambiar de dirección, sea lo que sea lo que se estuviese haciendo. Podemos ejemplificarlo con el agua, tan elemental: Mientras tengamos suficiente para estar dentro de esta “zona amarilla”, menos necesidad habrá de gestionarla con vistas a su sostenibilidad y solamente tendremos conocimiento de que “se agotará” o “no habrá para todos” e incluso podremos sentirlo –si estamos en zona amarilla- con aumentos de su valor económico a precios constantes o sequías atípicas, por ejemplo. Hasta que no se entre en una zona roja (faltas de agua que fuercen cambios del modelo de gestión de la misma) no habrá una necesidad obligada como tal. Valoramos, eso si, a quienes estén informados para tomar decisiones que eviten que entremos en esa zona roja. Y mucho. Y es a estos a quienes elegimos, a los conocedores de todo el enrevesado misterio del equilibrio y que oficialmente se denominan políticos, al menos en su cara más pública y comprendiendo las presiones ajenas como parte del mismo juego político. Si ellos no pueden evitar entrar, pese a sus capacidades, en esta zona roja -pasada la frontera de lo tolerable para el equilibrio-, no importará cómo, pero volveremos a reestructurarnos con o sin políticos, voluntariamente o no, hasta conseguirlo. La legendaria película Mad Max, basada en un mundo en lucha por el agua –en búsqueda de un equilibrio muy diferente al actual-, es una de las tantísimas opciones, tan válida para la imaginación como cualquier otra y tan difícil de predecir como para tomarla en cuenta seriamente ante la hipotética situación de crisis hidrológica. Mientras más nos acerquemos a la frontera, menos absurda parecerá esta opción, pues es a esto a lo que conlleva salir de lo mínimo aceptado, a situaciones muy drásticas. De forma general la decisión natural del pueblo es tener un grupo “mimado” al que seguir, que nos diga qué hará para solucionarlo -sea este o cualquier problema colectivo-, y mientras tanto nosotros, los de a pie, nos ocupamos de nuestros problemas como individuos. A ellos les damos ventajas, permisos, libertades y hacemos excepciones, pues son quienes nos han llevado hasta donde estamos y les exigimos capacidad para gestionar, con toda la información que podamos darles, nuestras decisiones colectivas. El formato de 4 años -base media- para valorarlos y la capacidad de reelegirles nos dan períodos de juicio a sus criterios (elecciones) y períodos de confianza en sus decisiones (fuera de elecciones) que nos han llevado hasta el equilibrio democrático y posteriormente al estado de bienestar. La balanza se equilibra automáticamente en el dilema de hasta dónde y cuánto, tanto en poder como en pillerías, errores y nivel de satisfacción de las exigencias populares. Es una franja muy fina y difuminada que se plantea en un interminable y profundo dilema necesario, más aún hoy día, cuando nuestras organizaciones colectivas son de cientos de personas, miles de personas, cientos de miles y hasta millones de personas, decenas de millones, centenares de millones y miles de millones de individuos con consciencia de si mismos e intereses propios. Evolutivamente es todo un reto mantenerla –la organización colectiva- estable, equilibrada, y se asemeja a una pompa de jabón, pues la necesidad de liderazgo y el aprovechamiento del mismo por quienes lo reciben evolucionan más lentamente que los propios individuos que participan en este balance, decidores instantáneos, y son en si mismos -todos los factores: pueblo, poder y equilibrio de ambos- los moldeadores de las bases del sistema al que hago referencia en esta reflexión. Monarquía activamente política, liderazgo religioso absolutista, democracia de libre mercado; todos los pros y contras de los sistemas luchan constantemente y solemos hablar de ellos como “el menos malo” cuando queremos decir el mejor (la democracia en su estado más platónico como último escalafón descubierto) pues sabemos de la estrambótica dificultad como animales de dar un salto cualitativo tan grande como es una organización a gran escala equilibrada, recién hechos por la evolución e incapaces de controlarnos sin ayuda en grupos muchísimo menos ambiciosos que los millones. La “ayuda” es, en su estado elemental, la información: Su eficacia y eficiencia son una sopa de veracidad, exclusividad y capacidad previsora, o lo que es lo mismo, lo útil que nos sea para definir el efecto mariposa de nuestros actos futuros y tomar decisiones con antelación a los mismos.

            Siempre ha sido así. ¿Ha cambiado algo? Rotundamente sí, para bien o para mal, pero rotundamente, sí.

¿Qué ha cambiado? En un puñado de años hemos pasado de ir a diez por hora a cien en las magnitudes del acceso al conocimiento al que solo tenía acceso casi exclusivo el poder. La división entre poder y pueblo -por denominarlos de alguna manera y sin hacer referencias subjetivas a los propios términos- se ha basado prácticamente en la capacidad de acceso a todo tipo de información útil para la gestión de los colectivos. La veracidad y la velocidad con que se obtiene ésta han permitido una diferenciación clara entre los capacitados y merecedores de entrar en el club del poder y los demás, meros gestores operativos de este grupo de individuos encerrado en las lujosas cabinas de mando del barco colectivo, y así, en equilibrio. Es necesaria la presencia del liderazgo, siempre lo ha sido y siempre lo será, pero han cambiado las proporciones de necesidad.

El aumento y mejora de la tecnología, tan reciente como un recién nacido para la vida de la organización colectiva, supone el conocimiento o consciencia no solo de las variables que antaño eran exclusivas (en las épocas romanas las grandes bibliotecas personales eran fuentes de poder), sino que además, y esto es lo realmente importante, nos amplia al pueblo el conocimiento y consciencia de períodos superiores (Internet, periodismo; rápidos, certeros y baratos desarrollos de cálculos; avances científicos, tendencias, etc.) y las potenciales consecuencias de los mismos, en otras palabras, tenemos más desarrollado y accesible el “efecto mariposa” del conjunto y podemos ver cuánto más afectan nuestras acciones. ¿Por qué no se consumen o se demandan soluciones asociadas a esta evolución de la consciencia del pueblo? Es decir, ¿por qué, si ha mejorado la capacidad de entendimiento popular y la facilidad casi absoluta y gratuita, no somos suficientes para que nos ofrezcan cambios que ahora sabemos que deseamos / necesitamos? Ya no vale todo y vemos a banqueros reunidos en grandes hoteles tras préstamos públicos, gastos estatales en temáticas que no compartimos como generales, represiones injustas contra el pueblo –nuestro o ajeno- y guerras dudosas, y sin embargo nos sentimos que ese “hay algo más que tu no logras entender” que nos dice el poder es cada vez más absurdo, egoísta y dudoso. No digo que lo sea, simplemente que cada vez lo percibimos más de esta manera y demandamos conocimiento del por qué de lo que hacemos como grupo. El avance de la tecnología de la información es abrumador. Véase youtube, wikipedia, google, 3G, ADSL, blogs, twitter y demás en comparativa a las transacciones bancarias de hace poco más de 30 años en papel y lápiz. Ya no vale la habladuría, se exige no solo el laborismo político sino el profesionalismo político. Estructurado, organizado, no de labia y pasiones sino de razones y números. Si damos por bueno nuestro sistema, diría que seguiremos igual y no es por la maldad, como he dicho, es por no tener a nadie que se vea recompensado por ofrecer soluciones de mayor plazo a la recompensa del poder, que son los votos. Es sencillo: Las decisiones que se toman en un período electoral se asocian a dos responsables, el partido que representa y el individuo que es elegido. ¿Quién gana con una política de recorte social? Depende, pues si logra transmitir las causas y beneficios que se obtendrán a largo plazo por el sacrificio y convence, es posible que se acepte e incluso posteriormente verse recompensado por su hazaña, ya sea con una reelección o con una valoración más positiva de su partido. En un juego de oferta y demanda la política se basa actualmente en describir el escenario desde la perspectiva de que las decisiones de sacrificio son buenas para un lado político y malas para otro, sean las que fueren y con buen criterio de la competencia, pues a nadie le gustaría hacer una elección donde ambos dicen y obedecen al mismo discurso. ¿Hasta que punto retorna el sacrificio colectivo? ¿Hasta que punto el pueblo lo valorará con un pago posterior en imagen o votos? Opino que, como todos los sectores gracias al intenso desarrollo tecnológico, la política comprende muy bien el precio de un voto y la eficiencia de la consecución del mismo, que no es directamente proporcional a las mayorías temporales. Me explico. Si un líder actual hace algo que repercutirá en el estado del bienestar colectivo (demandas puritanas o utópicas de ese estado platónico) en el retorno a diez años, la fuerza opuesta –su competencia en el mercado de ofertas políticas- ofrecerá explicaciones y argumentos válidos para explicar como ese beneficio no fue gracias al sacrificio pasado (diez años atrás, en los que pasa de todo), sino a muchas otras causas, haciendo que pierda el valor del voto de la acción demandada y ofrecida e, incluso, apropiándose del mismo. Los políticos profesionales saben que las acciones inmediatas de sacrificio / retorno no son muy discutibles, mientras que las largo placistas son prácticamente indefendibles con totalitarismo del sacrificado. Es el ratón que le pone el cascabel al gato. ¿Quién sacrifica su imagen de individuo profesional político o de partido por el bien común? Es como que nos pidan ir a trabajar sin cobrar o pagando. Es una profesión, como todas, y tiene su retroalimentación en las elecciones casi exclusivamente.

Aquí, y esto es lo realmente interesante, se genera un interesante dilema. Como individuos decidimos a un par de años vista, como colectivos, decenas. ¿Y como especie, por ejemplo, a qué plazo decidimos? Creo sinceramente que no lo hacemos. No tenemos sistemas de premio para ello y queremos obligar a los balleneros a no matar ballenas y que mueran de hambre por la causa, a los políticos a morir como seres públicos, a los empleados a pagar más por lo ecológico o equilibrado (coches, comida, casas, etc.) y que todos lo hagan “por el bien común”. Es un interesante dilema del prisionero. El Rey Juan Carlos es muy valorado por su aportación a la transición. Razón: Premio a la familia real y al individuo, no elegibles, constantes y paralelos al proceso operativo de los colectivos. Las decisiones de más de 20 o 30 años vista nos parecen problemas de nuestros yo futuros si es que seguimos vivos y al mismo tiempo esperamos que alguien haga algo para evitar que nos pasemos de la zona amarilla en la que entramos con, por ejemplo, los recursos. Sería interesante generar un sistema de premio al largo placismo. Sería realmente difícil en un “menos malo” basado en la oferta y la demanda. Creo que las leyes del mercado se aplican a una periodificación “tope” y a partir de ese punto entramos en un barco sin rumbo.

Nuestra cabina de mando sabe que queremos -y seguramente también lo quieran ellos- esos grandes cambios estructurales de fantasía hacia la Sociedad Del Bien, el problema es que es matemáticamente inviable al solo aceptarles en el timón 4 u 8 días por miedo a que nos secuestren en el barco y el paraíso está a 30 o más días de viaje.

El tiempo vs. las leyes del mercado, un interesante dilema ético para la Humanidad.

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