Desde que tengo constancia de mi memoria he escuchado
–en algunas ocasiones, no siempre- eso de que “si las mujeres fueran los líderes
del mundo…” en pro de una mejora sustancial de nuestras condiciones colectivas
e individuales. Mientras más lo pienso, más claro lo tengo. Mientras más
descubro a través de las lecturas, más profunda me parece esta realidad y,
mientras más especulo en mi cabeza, más claro tengo que serán los líderes del
Siglo XXI. Si “el hombre negro” llegó al poder al final del Siglo XX para
firmar el rechazo al racismo por parte del sistema tras una intensa revolución
de igualdad centenaria, el Siglo XXI nos traerá –con seguridad, aunque sea al
final de otro centenar de años- un mundo liderado por mujeres. Me inspira a
escribir esto el hecho de que en las tertulias es fácil decirlo, pero el mismísimo
presidente de Estados Unidos lo ha dicho públicamente hace un par de días y me
reafirma, me reafirma a pensarlo, a escribirlo y decirlo además de analizarlo
detenidamente tanto como me es posible para comprender la causa de este argumento intuitivo.
Evolutivamente hablando las mujeres se han preparado
para el cuidado y desarrollo del hogar. Su condición de madres las ha hecho más
débiles físicamente, algo que hasta hace muy poco les daba una desventaja
profunda en su lucha de igualdad y las dejaba en una situación de dominio por
parte de su propio colectivo –masculino- y su núcleo familiar propiamente
dicho. Evolutivamente hablando, el hombre salía de la caverna, cazaba, peleaba
y dominaba, asegurando la estabilidad y buscando el desarrollo y la conquista.
Evolutivamente hablando todo este equilibrio era necesario, pero el caldo de
cultivo que se generó es, en mi humilde opinión y reflexionando en voz alta,
perfecto para generar líderes adecuados a nuestro Siglo de la Información o los repartidos profesionales “2.0” que se
engendran y esparcen en todos los conceptos y materias conocidas desde hace
pocos años. Los líderes 2.0 tienen que tener las cualidades de una madre más
que de un padre, pues el hogar defendido por soldados jefes en las cavernas ha
perdido fuelle y, lamentablemente, se sostiene hoy día por esos mismos soldados
jefes de caverna que somos los hombres dominando nuestro hogar. El pueblo se
vuelve histérico y como si no estuviésemos presentes en la conversación se nos
manda a callar a bofetadas por nuestro veterano padre de guerras, conocedor de
cómo mantener la calma en el hogar, relacionarse con los vecinos, llevar la
economía, etc.; en definitiva, el orden colectivo masivo. Una madre, sin
embargo, en términos de probabilidad siempre tendrá mayores capacidades
genéticas para las nuevas necesidades sociales, pues su concepción vital como
individuo la ha hecho tal cual la demandamos en nuestros hogares de mundo desarrollado:
Dialogantes, reflexivas, con el “sexto sentido” de madre por la búsqueda del
bien, a lo Pandora y cortando las
cuerdas del enemigo por el bien colectivo masivo, como hace la reina y no el
rey, luchador incansable de Avatar. Arriesgaremos
más en nuestras defensas y expansiones pero, ¿acaso es lo que demandamos en el
Siglo XXI, defensa y expansión?. No solo son más débiles físicamente –desde los
tiempos de la antigua Roma ya los líderes no luchan / mueren con sus ejércitos,
“tarea de hombres”- sino que, además, tienen un criterio mucho más profundo de
justicia y equilibrio y una perspectiva de desarrollo menos violenta o, mejor
dicho, menos obsoleta a nuestros tiempos de la información: Las mujeres son
capaces de ordenar ataques injustos, por supuesto, pero con mayor criterio del
civismo que los hombres en una probabilidad media por individuo (entre decisión
por un varón o una mujer).
Lo que intento explicar es que, de cada 100 mujeres
que lideren los organismos colectivos, habrá un mayor número de ellas con
políticas e ideas entusiastas para las nuevas demandas de orden social,
mientras que por cada 100 hombres que lo hagan el porcentaje claramente será menor.
Las suspicacias entre los líderes masculinos nos arrollan, porque sabemos que
somos así, expansivos, dominantes; vamos a una competencia de silencios con
escudos de misiles y amenazas falsas, demostraciones de virilidad y demostrar
la capacidad de liderazgo basada, muchas veces, en la violencia. ¿Es molesto
ver a Federer llorar en una pista de tenis? Al contrario, hasta nos gusta; pero
seguro que conocemos a muchos –hombres- que opinan lo contrario. En un pequeño
ejercicio mental, ¿conocemos a más mujeres que hombres a los que les moleste
ver a un “macho” llorar? Esa respuesta rápida que tenemos todos, llevada a gran
escala, sigue siendo la misma y en una regla de tres el porcentaje de energía
que dedicamos a la guerra de poderes masculina se disminuiría, transformándose por
el pro de nuestras nuevas demandas.
No creo que las primeras mujeres en el poder sean
conciliadoras directas de esta causa y reafirmen este texto, pero si que creo
que a largo plazo y en un juego de repeticiones la tendencia matemática es ineludible,
como lo demuestra la vida misma. La evolución nos hace enseñar los dientes
cuando sentimos rabia, aunque no mordamos. De la misma manera hará líderes a
las mujeres, aunque seamos conscientes de nuestras deficiencias como hombres;
ya hemos tenido muchos siglos donde hemos sido necesarios, este es el comienzo
del siglo de las mujeres… Realmente entusiástico para los hombres que lloramos.
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