…Y
es que hay mucho de donde tirar en este tema. Vivir eternamente es tan
simbólico como El Santo Grial, o tan complejo como “el antes” anterior al Big
Bang, momento ajeno al tiempo en la física teórica más erudita. Los sentidos
que reciben las palabras “vida” y “muerte” son antagónicos en si mismos pero
confluyen en un mismo punto que es el de la co-dependencia para la comprensión
y existencia de los mismos. Quien mejor explica este fenómeno -en mi humilde
opinión- es Terry Pratchett en su perfectamente diseñado escenario de ironía del
MundoDisco. Un mago increíble y poderoso, en busca de la vida eterna, consigue
la solución al problema: Un conjuro con el que se traslada a la morada de La
Muerte para vivir con ella eternamente. En su trama, presente en casi
cualquier libro del MundoDisco, este mago convive en una especie de esclavitud
para La Muerte y con ello frena su reloj de vida. Un truco interesantemente
filosófico, pues el dilema de este gran mago es que al cabo de cientos y
cientos de años, descubre que la vida pierde el sentido si debes estar con la
muerte (o sea, muerto) para hacerla eterna. El dilema del personaje es su
cobardía por volver y vivir en el Mundo, realizando una vida con el tiempo que le queda. Huye de las ventajas y
desventajas con tal de no morir y, paradójicamente, lo consigue es muriéndose.
Menos filosófico y más científico, siempre
ha sido interesante el debate por prolongar la vida, y entre mis allegados
escucho comentarios tan dispares como quienes desean morir antes de caer en la
desgracia de ser dependientes por el proceso de desgaste del cuerpo hasta los
que luchan frenéticamente por seguir viviendo a toda costa y el mayor número de
años posibles siempre que tenga ciertas condiciones mínimas de estabilidad
mental y física. El “mínimo” de quienes siguen esta línea es muy difuso, pues
es lógico desear seguir viviendo siempre que estemos cuerdos y sanos, pero,
¿hasta qué punto estamos dispuestos a soportar estar un poco menos cuerdo o
menos sano por seguir vivos un poco más? Las proporciones en cada momento de
decisión son infinitesimales, por lo que la complejidad es doblemente difusa,
espesa. Mis mayores cercanos juegan de forma dispar este discurso y la mayoría,
cuando se aferra a la vida, ha llevado o lleva muy mal la vejez, pues da igual
lo que se desgaste, la lucha es una batalla perdida en la que recortamos
algunos segundos de ventaja y es muy difícil decir “ya no debería luchar más” en
cualquier momento del desgaste en micro dosis que conlleva el envejecimiento.
Ojo, no digo esto desde la absurda posición del radicalismo de una postura
–hacia el deseo de mínimos o excesos o cualquier otro absurdo radicalismo-,
sino desde la filosófica cuestión que nos invade en el debate interno de cada
individuo sobre nuestra propia muerte. Hay mayores que disfrutan de su vejez como
si fuese todo y otros que añoran su época de mayor plenitud vital como si ya no
tuviesen nada (los dos “extremos” del pensamiento). Es indiferente hasta cierto
punto una opinión particular –incluso la mía- y lo que me parece realmente interesante
es el juego dialéctico de la vida / muerte y la profundidad filosófica de
querer “esquivar” uno de los dos términos con el argumento de continuar con el
otro, tal cual el mago que lo consigue en el mundo de fantasía de Terry Pratchett.
Por un lado tenemos el ámbito científico
del desarrollo evolutivo y la necesidad de muerte para la evolución conceptual
y física de los componentes de “la vida”: Las ideas, los genes, los períodos de
adaptación, el equilibrio de biodiversidad necesario para la existencia misma
de la vida, etc. Todo funciona desde el mismo inicio porque se muere el
individuo transportador de información necesaria en el transcurrir del tiempo.
Esta transmisión de información sucede de forma inconsciente y consciente, la
segunda de forma casi exclusiva para el ser humano. Tanto ha evolucionado en
los últimos años, y digo últimos para la vida en si misma que es
desproporcionadamente antigua en relación a la vida inteligente o consciente
que vivimos ahora, pues tanto ha evolucionado que en la vida basada en la
“transmisibilidad” voluntaria de la información –nuestro ser consciente- nos
hemos olvidado de nuestro ser vivo más elemental y antiguo, originario. Las
bases de nuestra existencia son “sagradas” en las leyes de la realidad y la
complejidad de vivir eternamente no solo pasa por la sustitución de las piezas
de nuestro cuerpo marchitándose, sino por la búsqueda del equilibrio que se
rompería en nosotros mismos y nuestro entorno de realidad. Es complejo, pero
como explico en el inicio la complejidad se basa en lo antagónico de los
conceptos vida y muerte y no de un debate de correcto o incorrecto, como
pensamos –o pensábamos- muchos.
Vivir eternamente nos haría tan tristes, alegres -e
inertes finalmente- como si no hubiésemos nacido. No tiene sentido razonable
pues no es comprensible el concepto de “como me sentiría si no hubiese nacido”,
pero es esa la sensación que se conseguiría en la teoría matemática de la
tendencia a infinito del valor vida. Confluiría en el mismo infinito con la
muerte, siendo ambas pasajeras de la persona que esté dispuesta a abordar ese
camino. Morirse no es malo, ni es malo que se mueran quienes nos rodean. Como
individuos tenemos la necesidad lógica y sana de luchar por prolongar nuestra
vida y mejorar las condiciones de la misma en la etapa presente y futura. Es
lógico, pero por la consecuencia final de la muerte es que hemos llegado a este
estado de necesidad de desarrollo, etapas de crecimiento, bienestar y
satisfacción, comprensión, y el infinito en el etcétera de categorías que
conocemos pues la vida eterna conlleva perder todos los privilegios de vivir, algo
que sucede 1 sola vez. Mi argumento se basa en la muerte terrenal, física y
contrastada en el colectivo absoluto de los seres vivos. A los metafísicos,
religiosos y demás creyentes de otras alternativas a la muerte terrenal como “muerte
neta final”, les apoyo a mantener sus reflexiones, son los mecanismos naturales
al desarrollo. Algunos tendrán razón y otros no, posiblemente la tengamos todos
en pequeñas dosis de certezas. El objetivo del desarrollo de un “algo más” a
estar vivos tiene la misma intensidad y complejidad conceptual: ¿Están
realmente muertos, por ejemplo, Rómulo y Remo, Sócrates, Jesucristo o Aquiles?
Yo opto en mi estrategia de supervivencia (la parte de mi que lucha por la vida
eterna) en creer que, al igual que como seres vivos transmitimos genes y
creamos cadenas de transmisión de información, los seres humanos creamos
cadenas de información artística, echa signos descifrables con mayor o menor
dificultad, pero que nos hacen seguir vivos eternamente. La reproducción biológica
ha perdido peso en un mundo que sobrevive de ideas, de conceptos, de imágenes y
objetivos comunes o colectivos cada vez más ambiciosos y cada vez transmitidos
con menor dificultad de entendimiento.
La muerte física es imprescindible para que
continuemos viviendo eternamente en nuestra aportación colectiva incitada por
seguir vivos y, para tener esta capacidad, es necesario morir. Que dulce
ironía…
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